sábado, 26 de enero de 2013

NARRATIVA

NARRATIVA
Ese día era como cualquiera en Tenochtitlán, el sol brillaba intensamente sobre el lago de Texcoco, (no por nada éste era conocido como “el pueblo del sol”) unos niños salían corriendo con sus vasijas de barro y una pelota pequeña de madera para jugar a las orillas del lago, donde algunas mujeres arreglaban las chinanpas.
En la choza de palma mamá molía cacao y chile para la ceremonia de ese día, todo era movimiento en el calpulli, cerca del centro ceremonial del sol, estaba un grupo de hombres de los pipiltin, terminando de vestirse con sus trajes de pieles y piedras preciosas, era el sacerdote supremo y seis de los mejores guerreros de la tribu azteca.
Estos guerreros serían reconocidos con honores durante la ceremonia ritual, pues en días pasados habían participado en un encuentro bélico con los toltecas, una tribu que vivía cerca de esta región, donde lograron someterlos y quitarles una parte del territorio, así como conseguir prisioneros de guerra.
Por cierto, murieron algunos de los guerreros en esa batalla, mismos que serían enterrados con honores, como era su costumbre; igual que la mamá de Yolotzi, una pequeñita cuya madre había muerto en el parto de su hermano menor. Ya que por tradición enterraban a las mujeres fallecidas durante el parto con los mismos honores que a los guerreros.
La madre de Yolotzi, era la Cihuatlantl de su papá (que quiere decir la esposa legítima) él también era un guerrero honorario, y aunque tenía otras concubinas, ella era la hija predilecta para él.
Ese día durante la ceremonia, al atardecer, cayendo los últimos rayos del sol, ofrecerían en sacrificio a los prisioneros de las guerras floridas, (que eran guerras que hacían con este fin, para obtener prisioneros para el sacrificio).
Yolotzi, curiosamente estaba muy contenta, ayudó a su abuela y otras mujeres a preparar el cuerpo de su madre que sepultarían ataviada con sus mejores ropas, plumas y una pulsera de caracolas que tenía desde siempre. A la pequeña le hubiera gustado tener esa pulsera para ella, pero le habían enseñando que el espíritu de los muertos despertaban en otro mundo  llamado Mictlán donde continuaban su camino, así que no dijo nada.
Llegó la hora de la ceremonia del culto al sol como deidad suprema, las señoras servían de tomar chocolate enchilado, los guerreros hacían una danza para adoración del astro. El sol equivalía al guerrero victorioso, el abuelo de Yolotzi decía “sus rayos penetran en la tierra fecundándola, lo que permite el crecimiento de las plantas y, así, el desarrollo de la vida en general”.
Los macehualtin (el resto del pueblo que no eran nobles), se colocaban al pie del Templo Mayor, observando la ceremonia donde veneraban al sol por orden de su señor Huichilopochtli, oreciendo nada menos que corazones humanos para alimentarlo.
De esa manera el pueblo mexica dio gracias, y pidió salud y bienestar para los siguientes días.

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